Llevar un consultorio como psicólogx independiente puede ser realmente abrumador.

Te entiendo perfectamente, es como si estuvieras atrapadx en un ciclo interminable de tareas que no paran de acumularse. A veces, parece que no podés respirar, ¿no?

Siempre estás pendiente de los horarios, asegurándote de que no se te pase ningún turno, pero, en el fondo, sabés que nunca lográs organizarte del todo. Y, claro, cada vez que se te pasa una sesión, el estrés aumenta.

Después tenés que hacer los seguimientos de cada paciente. Recordar lo que hablaron en cada sesión, las recomendaciones que diste, el progreso de cada unx… todo eso está en tu cabeza, pero no siempre podés tenerlo organizado de manera clara. El riesgo de olvidar detalles importantes está latente, y eso te genera una ansiedad constante.

Y no hablemos del tema de los honorarios. Los cobros, los aumentos, los pagos pendientes… todo eso se mezcla y se hace un caos. ¿Le habías cobrado o se te había pasado? ¿Te debe sesiones que sigue sin abonar? El dinero se convierte en otro frente de batalla donde todo parece desorganizado, y es un estrés que te quita tranquilidad.

Lo mismo pasa con tus finanzas. El manejo de los ingresos, los gastos, los impuestos, la matrícula, todo eso se acumula y se convierte en una montaña difícil de escalar. Y aunque lo intentes, siempre hay algo que se te escapa. Como si todo fuera un rompecabezas donde nunca encajan las piezas.

Y todo esto, sumado al caos que enfrentás día a día, se traduce en algo más que un simple desorden.

Se convierte en una carga que afecta tu tiempo, tu energía y, lo más importante, tu capacidad para centrarte en lo que realmente importa: tus pacientes y tu bienestar.

Al final, la sensación de que el consultorio te controla a vos y no al revés se hace cada vez más fuerte.

Es acá donde realmente empieza el problema: el desorden se apodera de tu día a día, dejándote con la sensación de estar corriendo de un lado a otro sin poder avanzar.